Su origen data de finales de los años sesenta,
cuando Phillip Jackson publicó La
vida en las aulas (1992). Este texto constituyó un significativo
aporte al debate curricular, al mostrar que en la interacción escolar que
acontece en el aula se promueven una serie de resultados no intencionados. Pero
estos resultados no fueron previstos por la institución o el docente y tampoco
había una conciencia de lo que se estaba formando en los alumnos. A tales
aprendizajes, que guardan una estrecha relación con la esfera de lo valoral y
actitudinal, se les llamó currículo
oculto. Este tipo de currículo es una forma de socialización y
adaptación a la escuela y a la sociedad. La asistencia de los estudiantes
durante periodos largos, apoyada en la autoridad del maestro, en los mecanismos
de evaluación estructura formas determinadas de comportamiento en los
estudiantes, las cuales son paulatinamente internalizadas.
En varias ocasiones hemos insistido que el
concepto de Jackson se vincula con acciones escolares sobre las cuales no se
puede tener un control. Ello nos llevó a diferenciar el currículo oculto
del curriculo en proceso (Díaz Barriga, 1995). El primero, va
más allá de las intenciones escolares explícitas, porque precisamente da cuenta
de aquello sobre lo cual el docente y la institución escolar no tienen una
intencionalidad consciente.
En estricto sentido el currículo oculto es un
buen objeto de estudio, porque permite dar cuenta de esos procesos de
socialización que se llevaron a cabo en la realización de la acción escolar. Da
cuenta, precisamente, de aquellos que no son intencionados, aunque su efectividad
no se puede negar.
En general el aprendizaje de valores (en su
núcleo afectivo y actitudinal) guarda una relación estrecha con el currículum
oculto. En este punto se requiere ser enfático, el currículum oculto tiene una
estrecha relación con lo que se actúa, más que con la
información de qué se dice. En muchas ocasiones la actuación, los códigos empleados
en la comunicación, las formas de decir o afirmar una
cosa no necesariamente convergen con lo que se dice en el plano explícito. Por
ejemplo: se puede hablar de democracia, tolerancia, respeto a los demás, como
valores explícitos en un plan, programa o una sesión de trabajo escolar y
establecer que la democracia es un contenido de una unidad temática de trabajo;
pero al mismo tiempo, en el conjunto del contexto escolar, aunque no
necesariamente en la misma sesión donde se abordan tales contenidos, alguien
puede actuar de manera intolerante o autoritaria. Esas actuaciones
de diversos actores de la comunidad escolar, responden a concepciones nucleares
que tiene un sujeto (o una institución escolar) y son percibidas por los
estudiantes, pero su percepción se realiza en un plano distinto al consciente y
que es mucho más eficaz.
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